¿Por qué la fascinación inconmensurable de las agencias de relaciones públicas por el drag?
Los drag queens son una forma de ridiculizar a las mujeres sin salirse del buen camino.
By Josephine Bartosch | 9 July, 2025
“¿Por qué la fascinación inconmensurable de las agencias de relaciones públicas por el drag?”
Los drag queens son una forma de ridiculizar a las mujeres sin salirse del buen camino.
Justo cuando pensabas que “Míralo. Dilo. Arreglado (See it. Slay it. Sort it)” no podía rayar más, Thameslink se lo cedió a un drag queen rechoncho con bragas rosas. En un video circulando por internet, el exconcursante de RuPaul: Reinas del drag (RuPaul's Drag Race), Pixie Polite, canturrea "Míralo. Dilo. Arreglado" con el entusiasmo febril de un presentador de televisión infantil de los 80. El numerito, nos dicen, va de celebrar el “amor, la diversidad y la solidaridad” y ayudar a la gente a “estar segura” cuando uno viaja en tren.
Soy una de esas aguafiestas que creen que deben eliminarse todos los anuncios de orden público. Si alguien anda tan embobado como para no tener cuidado con el hueco, es la selección natural haciendo su trabajo. Si no se dan cuenta de que un andén mojado puede ser resbaloso, puede que el mundo exterior simplemente no sea para ellos. Y a juzgar por el murmullo colectivo propagado por todo el vagón cada vez que el gerente del tren repite como un loro: “Si ves algo sospechoso…”, esta no es una opinión marginal. Encargar a un fulano con peluca que cante el mensaje a ritmo de europop no lo hace más apremiante ni menos inaguantable.
Pero las remolonas agencias de relaciones públicas —y, por supuesto, la BBC— siguen como siempre fascinadas con esta bazofia de RuPaul. Esto es porque las performances drag no solo condensa las opiniones correctas” —pro-trans, pro-prostitución, pro-Palestina—, sino que de la misma manera sirven como acicate para los que piensan mal (wrong thinkers/wrongthinkers en slang viene a decir que tus ideas lo más probable es que sean las correctas pero silenciada al desviarse de la mainstream orthodoxy). ¿Qué mejor manera de darle un paseo a los abonados y a los pasajeros confinados que agitarles un par de tetorras de plástico en sus narices? Pero si le despojamos de las lentejuelas y la desvergüenza, lo que queda es una vulgar fantasía masculina de feminidad. El drag no es rebelión ni arte — es una forma de pornografía premasticada para el consumo de la población y escupida a la corriente principal bajo el disfraz del entretenimiento.
Es denigrante para las mujeres, sí — pero también es profundamente denigrante para los gais. Promovida con virulencia en todas partes, desde bibliotecas escolares hasta la televisión en horario estelar, el drag se posiciona como un antídoto contra estereotipos negativos — una uña acrílica clavada en el ojo de la heteronormatividad. Sin embargo, en la práctica, reduce al gay a un conjunto de clichés hipersexuales y exagerados. En lugar de presentar a los hombres homosexuales como plenamente humanos —simplemente hombres que aman a otros hombres— el drag los vuelve a empaquetar como accesorios de una performance chabacana. Reduce lo que es ser un hombre homosexual a una caricatura menguada y estridente. Quienes promueven el drag en los medios y los hombres que se llenan los bolsillos en el escenario muestran cero preocupaciones.
Por supuesto, el hecho de que los performers sean gais ha hecho que muchos se muestran renuentes a debatirlo. Pero no nos engañemos — la emoción no proviene del brillo, sino de la misoginia. El drag es la última forma de odio socialmente aceptable puesto que el sexismo es el menos de moda de los “ismos”. En una sociedad que, con razón, reprime otras formas de intolerancia, a nadie civilizado se le pasaría por la cabeza emplear la palabra que empieza por “n” (nigger/ negrata) — y acertadamente. Sin embargo, desprecios como “zorra”, “furcia” y "puta" son normalmente escupidos del labial corrido de los drags, en medio de efusivos aplausos. El sistema de valoración de RuPaul de “carisma, originalidad, valor y talento” habla por sí solo.
Incluso en el video de Thameslink, el relativamente lozano Pixie Polite les dice a los pasajeros: “No seáis cow” (crazy old woman = vieja loca; woman an obese or unattractive one = una mujer obesa o fea; cow/vaca es una mujer desagradable, fea, mimada, vulgar, guarra, mezquina, rencorosa, etc. No se usa sólo en relación al peso de una mujer, como vaca gorda, hay un ramillete: vaca vieja, vaca tonta, una vaca pesada y muchos otros tipos de vacas). No es el peor insulto del arsenal misógino, pero seamos sinceras: solo se usa contra las mujeres. Este casual sexismo es un guiño, un escarnio, una performance de superioridad y un chiste compartido a expensas de meapilas.
De esta manera, el drag funciona como una válvula de escape: una subversión sancionada por el Estado. Una forma de ridiculizar a las mujeres y deleitarse con una humillación jovial — todo ello sin salirse del buen camino. Claro que no desafía nada. Por ahora, sigue siendo popular — porque a pesar de todo ese ruido sobre la “masculinidad tóxica”, la misoginia jamás desaparece del todo. Demasiados hombres la utilizan para vincularse y demasiadas mujeres la utilizan para demostrarles a los hombres que “no son como las demás chicas”.
Tarde o temprano, el drag se tambaleará en sus tacones y será reemplazado. Porque, como con la pornografía, lo que antes estimulaba no tardará en volverse un pelmazo y los fans se moverán. Quizá lo dejen fuera de servicio por una respuesta negativa, ya sea de quienes solo quieren que “los trenes lleguen a tiempo” o de los igualmente fascistas fans de Hezbolá. Quizá un fenómeno totalmente nuevo lo reemplace. Como sea, esperemos que lo que venga después marque un límite necesario: uno que separe a los gais, lesbianas y bisexuales intentando vivir nuestras vidas de los degenerados y oportunistas enganchados al filón drag.