Las leyes de blasfemia de Gran Bretaña estuvieron a cargo del multiculturalismo.
La condena por la quema del Corán es un desenlace inevitable por favorecer un privilegio especial a cada grupo etnoreligioso.
By Patrick West | 6 June 2025
“Las leyes de blasfemia de Gran Bretaña estuvieron a cargo del multiculturalismo.”
La condena por la quema del Corán es un desenlace inevitable por favorecer un privilegio especial a cada grupo etnoreligioso.
Muchos habían advertido que Gran Bretaña pronto tendría leyes de blasfemia “extraoficiales”, aprobadas por la puerta de atrás. Y esto ocurrió el lunes, cuando Hamit Coskun fue declarado culpable de un delito contra el orden público agravado por motivos religiosos por meterle fuego al Corán. Sin embargo, si bien hubo una justa indignación por la sentencia, queda el hecho de que no se ha entendido el verdadero sentido de esta sentencia histórica. Esto no sólo representa la vuelta de la ley de blasfemia por la puerta de atrás, sino también el progreso del multiculturalismo sectario por la puerta de entrada.
Por multiculturalismo sectario, quiero decir a una política estatal persistente que reconoce, institucionaliza y promueve la diferencia étnica — a diferencia de “multiculturalismo tibio”, que se refiere a la experiencia de vivir en una sociedad con múltiples etnias (una distinción y un término que acuñé hace 20 años en mi conciso libro “La miseria del multiculturalismo”). En los últimos 12 meses, hemos visto tanto las consecuencias como la consolidación del multiculturalismo sectario, con sus correspondientes temores y miserias.
Se ha manifestado con claridad en la Gran Bretaña de “dos niveles” de Keir Starmer, un país en el que el Estado trata abiertamente a las personas de forma diferente según su origen étnico. Un doble sistema de justicia es, en parte, una herencia intelectual de una ideología hiperliberal que considera a los blancos como intrínsecamente privilegiados, y a quienes no lo son como dignos de la protección y tratamiento especial.
Pero esa ideología era una mera guarnición de un acuerdo multicultural existente que había insertado desde hacía tiempo la conciencia racial en el Reino Unido. Para cuando llegó el wokismo hace unos diez años, Gran Bretaña ya estaba fragmentada en bloques étnicos que muestran sus suspicacias la uno hacia el otro, cada uno armado con lamentos contrapuestos y reclamos de victimismo.
El veredicto que se dictó el lunes contra Hamit Coskun, el activista armenio-kurdo que quemó el libro sagrado frente al consulado turco en febrero, es signo de un profundo problema. Coskun no fue declarado culpable de blasfemia como tal, ni técnicamente ni en cuanto al fondo. En el pasado, las leyes sobre blasfemia existían para hacer valer la ortodoxia religiosa de la mayoría, no los sentimientos de una minoría etnoreligiosa. El juez John McGarva, en cambio, encontró que las acciones “sumamente desafiantes” de Coskun estaban “motivadas, al menos en parte, por un odio a los musulmanes”. En esencia, esto suponía un juicio por delitos de odio.
La verdadera trasgresión en este caso no fue ultrajar a una religión, sino constituir una amenaza para un país que consideró que necesita protegerse de sí mismo. Nuestra judicatura y políticos ya creen que la población blanca británica tiende a enardecerse fácilmente, por eso su negativa el año pasado a dar a conocer la etnicidad del asesino de Southport por temor a avivar las tensiones en la comunidad. Ha quedado claro que también piensan que los musulmanes en Gran Bretaña no pueden controlar sus emociones. De hecho, la sentencia cita explícitamente el hecho de que un transeúnte apuñaló a Coskun con una navaja como una razón para castigarlo. Culpa la performance ofensiva de la víctima al islam de incitar a un musulmán a actuar con violencia.
Después de pasar décadas animando a la gente a que se mire uno al otro desde el punto de vista racial, étnico y religioso, nuestras élites han dejado un país roto. Y ahora, para mantener el orden entre grupos etnoreligiosos resentidos, recurren a gobernar con puño de hierro, con penas de cárcel excesivamente largas para incitadores de odio y planes para prohibir la llamada islamofobia. Tratan de mantener unida a una población que, desde un principio, ayudaron a dividir. El fallo del lunes seguirá empeorando las cosas.
Los verdaderamente tontos útiles de los nazis.
En unas declaraciones de la semana pasada, en las que comparó a quienes piden la retirada de Gran Bretaña del Convenio Europeo de Derechos Humanos con los nazis, el fiscal general del Reino Unido, Lord Hermer, desplegó una táctica muy conocida de nuestra clase social alta. Gary Lineker hizo lo mismo hace dos años cuando dijo que el lenguaje del gobierno conservador en lo que respecta a los solicitantes de asilo “no difiere del usado por Alemania en los años 30”.
La comparación de los que creen en la soberanía nacional, la democracia o el populismo con los nazis, por las élites que siguen cachondeándose de la chusma desinformada por sus opiniones del brexit (en la salida de UK de la UE uno de los argumentos de los partidarios era que ser un Estado miembro minaba la soberanía británica, en consecuencia el brexit permitiría un mayor control de la inmigración) pasa por alto un punto significativo: no fueron las masas las que llevaron a los nazis al poder en 1933 y los mantuvo allí, sino las élites alemanas, temerosas de la democracia.
Los nazis llegaron al poder con el apoyo de empresarios y oligarcas, que buscaban estabilidad y beneficiarse. También contaron con el favor de conservadores y aristócratas, como el presidente alemán Paul von Hindenburg y el canciller Franz von Papen, quienes pensaron que Hitler podía ser utilizado y controlado. Y tenían el mandato con el apoyo de la clase media y la clase media baja, que habían sido las más duramente golpeadas por el desplome económico de 1929. Como concluyó el historiador alemán Detlev J. K. Peukert en su libro de 1982, “Dentro de la Alemania nazi”: “En las muchas elecciones celebradas antes de 1933, el núcleo tradicional de la clase obrera demostró ser el grupo social menos susceptible al nacionalsocialismo” (también conocido como nazismo).
Respecto a Carl Schmitt, el jurista y teórico político que sirvieron de justificación para el nazismo, y el espantajo invocado por Hermer, fue uno de los muchos hombres crédulos y sobreeducados de su época que despreciaban la democracia parlamentaria. La élite actual que defiende organismos judiciales supranacionales no elegidos y que equipara entre sus adversarios y los fascistas haría bien en “informarse”.
Alabanzas de los Headliners (cabezas de cartel).
Es una lástima que GB News esté considerando darle un hachazo a su popular avance vespertino de periódicos, Headliners. Esta sería una decisión realmente lamentable. Headliners no solo tiene una buena audiencia y muchos lo consideran el mejor programa de GB News, sino que también es perspicaz, irreverente y bastante entretenido — en una era en la que la mayoría de las comedias políticas televisivas no tiene ninguna de estas cualidades.
Con Mock The Week (show de juegos combinados con comedia en vivo) sacrificado hace tres años, algún tiempo después de que el referéndum de la UE de 2016 lo abocara a la ruina, y con el programa Have I Got News For You (Tengo algo que contarte) habiendo recorrido este mismo camino ufano de expresiones desdeñosas al pueblo, Headliners es el único programa que queda que embiste sin tregua al establishment.
Por extraño que parezca, dado que se emite en un canal que en su día se vanagloriaba de ser un antídoto frente a los “medios mayoritarios”, Headliners sigue tomando en serio a la prensa en una época en la que no se hace. Las muertes el mes pasado del periodista de investigación del Times, Andrew Norfolk, y del editor político del Express, Patrick O'Flynn, nos recuerdan que los periodistas de prensa escrita juegan un papel vital en nuestra política y en moldear la opinión pública. Headliners nos recuerda sin cesar de dónde procede la mayoría de las noticias: de medios profesionales y tradicionales que de primera mano informan acerca de lo que sucede.
Headliners también refuta los consensos vagos de los que se mofan de GB News, como un canal de mera propaganda para los plebeyos. Entre sus habituales figuran Nick Dixon, un graduado de literatura inglesa, que mencionó casualmente a Jean Baudrillard la semana pasada; Simon Evans, cuyo próximo show en Edimburgo es una adaptación libre de la alegoría de la caverna de Platón; y Leo Kearse, cuya sutil ingenio es tan agudo como lengua. Headliners muchísimos veces traspasa los límites de lo permitido, generando miles de quejas de los espectadores, lo que podría constreñir así un GB News voluble, el cual ya cuenta con bastantes enemigos poderosos. Aún así, aunque solo sea eso, sus presentadores como mínimo serían capaces de irse satisfechos de que han sido víctimas de su propio éxito.