El populismo actual está fundamentado por el fanatismo, pero sus orígenes se encuentran en la promesa de igualdad.
La visión oscura de la política populista del reconocido historiador Richard Hofstadter esclarece las elecciones estadounidenses.
Kenan Malik | 3 Nov 2024
“El populismo actual está fundamentado por el fanatismo, pero sus orígenes se encuentran en la promesa de igualdad.”
La visión oscura de la política populista del reconocido historiador Richard Hofstadter esclarece las elecciones estadounidenses.
“La política estadounidense muchas veces ha sido un ruedo de mentes enojadas”. No es un comentario sobre la campaña presidencial de este año, sino un comentario sobre otra campaña electoral estadounidense, la de 1964. Es la primera línea de uno de los ensayos políticos más influyentes de la era de la posguerra, El estilo paranoico de la política estadounidense (The Paranoid Style in American Politics), publicado por primera vez hace 60 años este mes.
El título mismo del ensayo de Richard Hofstadter está impregnado de miedos contemporáneos. A medida que Donald Trump ha construido, en los últimos diez años, un movimiento a partir de la ira y el desafecto, se han desempolvado viejos ejemplares de Hofstadter y escrito editoriales con títulos como “El estilo paranoico en la política estadounidense está de regreso” y “El estilo de Donald Trump encarna a la perfección las teorías de un renombrado historiador”.
No solo el análisis de Hofstadter del estilo paranoico, sino también su desentrañamiento del populismo, ha encontrado una nueva generación de lectores. Ahora bien, al margen de la brillantez e influencia de Hofstadter, innumerables veces se equivocó en ambas cuestiones, y es justo su equivocación lo que marcó gran parte el debate posterior.
Uno de los historiadores más célebres de Estados Unidos, Hofstadter, pasó de inclinaciones marxistas en los años 30 a convertirse en un liberal de la Guerra Fría que vio el consenso social en vez de la lucha de clases, lo que caracteriza la historia estadounidense.
Su ensayo de 1964, una versión resumida de una conferencia que impartió en Oxford (la versión íntegra se publicó más tarde en formato de libro), fue un intento de confrontar una nueva y beligerante forma de política reaccionaria de derecha que emergió, mostrada en la cacería de brujas anticomunista de Joe McCarthy, en la creación de la ultraconservadora Sociedad John Birch y en el éxito del senador de Arizona Barry Goldwater a encaminar al establishment republicano para garantizar la candidatura presidencial del partido en 1964.
La respuesta general a Goldwater en los años 60 prefiguró de diferentes maneras la oposición hacia Trump medio siglo más tarde. Algunos vieron el ascenso de Goldwater como augurios de fascismo. La revista Fact publicó una edición especial sobre “La mente de Barry Goldwater”, en la que más de 1100 psiquiatras, ninguno de los cuales conocía al que sería el presidente, lo diagnosticaron como “psicológicamente no apto” para el cargo. Si aseguraba su “golpe de mano" en el partido republicano al ganar las elecciones, advirtió Hofstadter, “pondría entredicho el proceso democrático de este país”. Goldwater perdió ante Lyndon Baines Johnson por una victoria aplastante.
Para Hofstadter, la nueva derecha era una manifestación poderosa del “estilo paranoico”, una forma de pensar que proyectaba la conspiración no como un suceso singular, sino como “la fuerza motriz” de la historia. “El vocero paranoico”, escribió Hofstadter, “siempre habla en términos apocalípticos” y “siempre manejando las barricadas de la civilización” en la lucha existencial entre el bien y el mal.
Hofstadter insistió en que no usaba el término “paranoia” en un sentido clínico, sino que “tomaba prestado un término clínico para otros usos”. Con todo, también creía que la “recurrencia del estilo paranoico” por la historia “sugiere que una mentalidad dispuesta a ver el mundo a la manera del paranoico podría estar siempre presente en una minoría considerable de la población.” Es decir, es una patología inalterable que yace oculta en la población estimulada por la irrupción de determinados movimientos sociales u organizaciones políticas.
Es un argumento que muchos encuentran interesante pues da licencia para rechazar opiniones alternativas como una forma de trastorno mental. También es una perspectiva que extrae respuestas políticas de un marco histórico. Incluso las “sectas milenaristas de Europa del siglo XI al XVI”, escribió Hofstadter, manifestaron un “complejo psicológico que recuerda mucho” al de la derecha retrógrada en los Estados Unidos de la posguerra. “El estilo paranoico descrito por Hofstadter”, señala con ironía el historiador Andrew McKenzie-McHarg, “está presente a lo largo de la historia, pero tampoco parece tener una historia real de la que hablar”. Es una perspectiva, además, que permite a los liberales no tomar en cuenta la presencia de tales características dentro de sus filas. Los populistas derechistas efectivamente tienen mucho que ver con teorías de conspiración, ya sea en relación con inmigración o élites. Sin embargo, los pánicos liberales acerca de la venida del “fascismo” y el “fin de la democracia” en muchas ocasiones muestran una visión lo más apocalíptica y presentan la lucha contra el populismo en términos de blanco y negro.
Esto nos lleva al segundo tema fundamental en la obra de Hofstadter en los años 50 y 60 — su crítica del populismo. A medida que Hofstadter se desfilaba del radicalismo inicial al centrismo en la mediana edad, se volvió cada vez más desconfiado de las masas y su impacto en la cultura y la vida intelectual. Su desconfianza cada vez mayor del movimiento obrero lo llevó a ser escéptico de la democracia misma. El “intelecto”, escribió en su libro de 1963 “Antiintelectualismo en la vida estadounidense” (Anti- intelectualism in American Life), “se enfrenta a la democracia, desde el intelecto se siente como una forma de distinción que desafía el igualitarismo”.
Esta transformación política dio forma a su lectura de la historia. Hasta Hofstadter, la mayoría de historiadores habían visto el auge del populismo en los Estados Unidos de los años 90 en términos positivos. Estos primeros populistas fueron impulsados por un odio a las desigualdades e injusticias de la llamada “época dorada”. Buscaban fraguar coaliciones interraciales de granjeros y trabajadores para exigir reformas democráticas, progresividad fiscal y entidades o empresas públicas.
Hofstadter, en su libro de 1955, La Era de Reforma, cuestionó este relato, interpretando el movimiento como una rebelión racista con una visión conspirativa del mundo que “parece presagiar enérgicamente” el macartismo y la carcunda, los conservadores, de posguerra. En efecto, se desplegaron corrientes de fanatismo, sobre todo cuando el movimiento se desintegró ante un salvaje ataque del orden establecido. Pero la promesa democrática e igualitaria de los populistas no se puede negar.
Un sinnúmero de historiadores, entre ellos C. Vann Woodward, Lawrence Goodwyn y Walter Nugent, cuestionaron y refutaron muchísimo el revisionismo de Hofstadter. Pese a todo, el fondo político de su razonamiento arraigó. Después de Hofstadter, Nugent escribió en el prefacio de 2013 a su libro de 1963, Los Populistas Tolerantes, el “populismo” empezó a “llevar connotaciones de actitudes demagógicas, irracionales, cerriles, conspirativas y temerosas hacia la sociedad y la política”. Y todavía hoy la tiene, perfilando nuestra visión no sólo del pasado, sino también del presente.
“Tras alcanzar la mayoría de edad en una cultura política que glorificaba al “pueblo” como la fuente de la democracia y la decencia en la vida estadounidense”, observó Eric Foner, puede que el historiador vivo más distinguido de la tradición estadounidense, sobre la trayectoria de su mentor, “llegó a retratar la política como un espacio de miedos, símbolos y nostalgia, y a los estadounidenses de a pie como asediados por la intolerancia, la xenofobia y los delirios paranoicos”.
La pérdida de esperanza, la sensación de traición, la desilusión con otros estadounidenses — eso podría describir no solo la trayectoria de Hofstadter, sino también la de Estados Unidos. La tragedia es que, gane quien gane el martes, eso no cambiará.